Ya lo dijo Albert Einstein, “Si tu intención es describir la verdad, hazlo
con sencillez y la elegancia déjasela al sastre”.
No es mi intención pues, describir ninguna proeza histórica, ni ninguna
batalla legendaria, no es mi intención emplear grandes palabras para
adornar el hecho, mi intención es que el hecho adorne éstas palabras.
Veréis, cuando supe que el diario “El Mundo” iba a publicar un artículo
del señor Irving, un reconocido negacionista del Holocausto, mi sangre
comenzó a subir de temperatura muy rápidamente, pero cuando ya se
encontraba en el punto límite de ebullición, recordé un suceso que me
ocurrió tomando café en con unos amigos.
Estábamos tranquilamente charlando cuando me percaté que en la mesa de al
lado estaban hablando de historias trágicas sucedidas en momentos lúgubres
de la historia, y a mi se me ocurrió intervenir en la conversación
mencionando como ejemplo trágico de la historia el caso de Ana Frank, y
fue en ese instante cuando uno de ellos me preguntó:
¿Quién fue Ana Frank?
En ese instante pensé: “D-os mío, es Terrible que exista un joven
universitario hablando de éstos temas y que no conozca la historia de Ana
Frank”, después de explicarle brevemente la historia y recomendarle el
libro, marché a casa pensando que teníamos que remediar este tipo de
situaciones, no se, algo como poner éste libro como lectura obligatoria en
el Instituto o algo así.
Pero justo ahora, en este instante, cuando pensaba que jamás volvería a
recordar aquel episodio y en medio de éste furor provocado por el Sr.
Irving, me doy cuenta que aquella situación fue terrible, pero pudo ser
terrorífica y abominable si por un casual alguien hubiese leído un
artículo como el que ha publicado el diario “El Mundo” sobre la teoría del
negacionismo del señor Irving justo antes de mi intervención, imaginaros
por un instante que al haberme marchado yo a casa se lo hubiese mostrado a
aquel que me preguntó sobre quién era Ana Frank, imaginaros por un
instante que le muestra que el Holocausto no existió, que es todo una
vulgar mentira sobre unos hechos que se han exagerado con el tiempo por
puro marketing e interés político y financiero.
Yo os diré el resultado, quizás ese chico se hubiese ido a casa convencido
de que un periódico de “primer nivel” como El Mundo no iba a consentir
publicar una vulgar mentira que no estuviese fundamentada en hechos
empíricos. Por contra yo soy un simple chico que me encontraba tomando un
café con mis amigos e intervino en una conversación ajena, ni me conoce ni
probablemente nos volvamos a ver. ¿Qué provocaría esa situación?, ¿ A
quién creería este sujeto?, ¿que historía contaría éste chico a partir de
ahora a todo el mundo?, ¿es eso realmente lo que busca la máxima tan de
moda actualmente como es la libertad de expresión?, ¿eso lo que realmente
quieren los periódicos de hoy día?.
La finalidad de todo medio de comunicación es la de informar, ¿verdad?,
pero, yo me pregunto: ¿quien pone los límites?
Por ello, no iré en contra del señor Irving, suya no es la culpa, No, No
señor, la culpa es de aquellos que dan crédito y marketing a lo que dice
el señor Irving. Lo que diga el señor Irving no nos puede dañar, sin
embargo el medio que lo publica sabiendo éste que va a ser leído o visto
por millones de personas, ese si que tiene responsabilidad en esta
historia
Parafraseando al escritor Victor Klemperer: “ La esencia de la mentira se
descubre en el lenguaje empleado”.
Seamos pues consecuentes con nuestra historia, ello nos hará ser
consecuentes con nosotros mismos, pudiendo así marcar los límites entre
los intereses y lo moral.
Erik Domínguez
martes, 8 de septiembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario