Charles Grant,
Director del Centro para la Reforma Europea de Londres
El papel de España en la UE encierra una extraña paradoja. Aunque se trata de uno de los Estados miembros más europeísta, es el que menos influencia tiene de los seis países más grandes.
Pero esto no siempre ha sido así. Desde el momento en que entró a formar parte de la UE en 1986 y hasta los primeros años de la década actual, España formó parte del grupo líder de la UE.
Felipe González inventó el concepto de ciudadanía europea, los fondos de cohesión y el «proceso de Barcelona». González llevó a cabo la proeza de forjar una estrecha relación con Helmut Kohl y con François Mitterrand y al mismo tiempo mantener una buena relación con Margaret Thatcher.
José María Aznar se comprometió menos con la integración europea. Pero seguía siendo una figura a tener en cuenta: contribuyó al lanzamiento de la «agenda de Lisboa» para las reformas económicas en el año 2000, y luego bloqueó el acuerdo sobre el tratado constitucional de la UE apostando por mantener un peso del voto español mayor de lo que le correspondía en función de su población. Forjó sólidas alianzas con Tony Blair, Silvio Berlusconi y George Bush, que culminaron en su apoyo conjunto a la invasión de Irak.
Durante los cinco años de presidencia de José Luís Rodríguez Zapatero, la influencia española en los consejos europeos ha menguado. Italia y Polonia, junto con otros países más pequeños como Holanda y Suecia, a menudo tienen más voz en la creación de políticas de la UE.
Zapatero tampoco se ha distinguido demasiado en la economía mundial o en cuestiones diplomáticas. Inventó la «Alianza de Civilizaciones», y se las arregló para ser admitido en las últimas reuniones de los jefes de Gobierno del G-20, aunque España no es miembro del G-20.
Sin embargo, Zapatero no aportó demasiado a los debates del G-20. En muchos de los asuntos políticos clave a los que se enfrenta actualmente la UE -como Rusia, Afganistán, Pakistán, Irán, la regulación financiera, el gobierno de la eurozona y el cambio climático- la voz española se ha quedado muda.
En una visita reciente a Madrid, no fui capaz de encontrar a ningún diplomático español que no estuviese de acuerdo con la afirmación de que España tiene menos peso del que le corresponde en la UE.
Una de las razones es la personalidad del Presidente. No habla ningún idioma extranjero, y en los 18 años que pasó en el Parlamento antes de convertirse en presidente, apenas viajó. No ha realizado ningún esfuerzo serio para forjar alianzas con otros líderes o con otros países. Los intereses de Zapatero están en España donde, indudablemente, su política interior ha tenido éxito.
La política exterior de Zapatero ha sido popular en el plano nacional. Pero esa política ha contribuido al segundo factor que ha obstaculizado la influencia de España dentro de la UE: en muchos asuntos importantes, España se encuentra en un extremo del espectro de los Estados miembros.
En lo referente a Rusia, España culpa a Occidente por muchas de las recientes dificultades en la relación entre Rusia y la UE, y a menudo argumenta (junto con Alemania e Italia) que la UE no debería criticar a los rusos. En cuanto a China, España es la menos crítica en cuestiones de derechos humanos, pero es la que más apoya las medidas proteccionistas contra los productos chinos. En lo que respecta a Irán, España (junto con Austria, Grecia y Chipre) se ha posicionado en contra de sanciones más severas en caso de que la nueva iniciativa de Obama de involucrar a Teherán no logre persuadir a los iraníes de que cambien su política nuclear. Y con Cuba, sigue una línea más suave que la mayoría del resto de Estados miembros. En todos estos asuntos, España está en desacuerdo no sólo con la mayoría de sus socios europeos, sino también con Estados Unidos.
Ese patrón de comportamiento se repitió en febrero de 2008, cuando España resistió a la presión de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania para unirse a la mayoría de los países de la UE y reconocer la independencia de Kosovo.
En todos los países europeos, la política interior influye en la política exterior. Pero en España ese vínculo es particularmente fuerte. Zapatero se muestra por lo general reacio a tomar decisiones en cuestiones de política exterior que puedan desagradar a los militantes socialistas. El partido ejerce el control del Ministerio de Asuntos Exteriores por medio de secretarios de Estado y asesores ministeriales elegidos políticamente.
Algunos funcionarios españoles me comentaron que el Gobierno de Zapatero tiene intención de desempeñar un papel más enérgico en la UE. Afirman que tanto la presencia de Obama en la Casa Blanca como la presidencia española de la UE en la primera mitad de 2010 ayudarán. Espero que así sea, aunque tengo mis dudas.
Una de las razones de mi escepticismo es que, aunque la política exterior de EE.UU. ha cambiado con Obama, los puntos de vista de Estados Unidos y España están todavía demasiado alejados en algunas cuestiones clave como Rusia, Irán, Cuba y los palestinos.
La segunda razón es que la personalidad del presidente no cambiará. Sus principales intereses seguirán estando en el ámbito doméstico. Y en el sistema español, el presidente domina la política exterior.
Es más, aunque el Partido Popular volviese al poder, el papel de España probablemente no variaría mucho. Mariano Rajoy, el líder del Partido Popular, no habla idiomas y está principalmente interesado en la política interior.
Es curioso que, mientras los líderes empresariales españoles han construido empresas globales, sus políticos tiendan al provincianismo.
ABC . 08.05.09
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