AL ABORDAJE
Durante su comparecencia en Tengo una pregunta para usted, 'Zetapé' afirmó que las armas que España vendió a Israel no fueron empleadas para matar palestinos. Como el presidente que nos merecíamos, según Rubalcaba jamás miente, ni incurre por tanto en paradojas maquiavélicas tales como simpatizar en público con la causa palestina armando en privado a su enemigo, habrá que deducir que Zetapé sabe lo que dice. Y que las armas españolas enviadas a Israel, como la guitarra de Woody Guthrie, tienen ideología propia y un mecanismo que les permite matar de forma selectiva.
Es posible que estén preparadas para disparar por la culata cuando detectan que las sostiene un soldado israelí. O que las balas se conviertan en un poema de Gamoneda -también duele, pero menos- justo antes de alcanzar un blanco palestino. O simplemente, igual que hay futbolistas con ficha para la Liga pero no para la Champions, que sean contratadas con una cláusula que les impide ser convocadas contra Hamas. Todo es más probable que una mentira de Zetapé, a quien sin duda los comprometidos de guardia castigarían semejante hipocresía moral con gran barahúnda de cejas flácidas en el Círculo de Bellas Artes.
Nadie le afeará la contradicción a Zetapé porque contra Israel vale incluso el cinismo. El último ejemplo lo ha dado la Audiencia Nacional al imputar a un ex ministro y seis militares israelíes por el ataque contra Salah Shehadeh, miembro de un grupo terrorista que jamás habrá de temer ninguna iniciativa de los exquisitos de la justicia universal mientras se limite a asesinar judíos. El tratamiento informativo y los prejuicios occidentales ya habían logrado borrar a los muertos israelíes, incluso a sus niños, cualquier rasgo humano que permitiera asociarlos con la imagen de una víctima. No fue difícil: a la tradición europea siempre le costó reconocer a un ser humano en el mismo envase que un judío.
Era una cosa o la otra. Ahora, con este empleo artero de la pretensión humanista de crear un canon de justicia universal, se va todavía más lejos. Mientras sobran simpatías inducidas para humanizar al terrorista a pesar de su fanático culto de la muerte -tanto de la ajena como de la propia: posados de bebés con cinturón de dinamita-, al israelí hay que enviarlo, con la justicia como coartada, a una zona oscura, malvada por naturaleza, en la que se nos antojen demasiado criminales como para merecer vivir en nuestro mismo espacio colectivo. Tanto el físico como el moral. Que no tengan donde estar, donde existir.
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