by Angel Mas
Paisaje después de la batalla
En la agenda del primer día del flamante presidente Obama figuraba un nombre: Israel. En uno de sus primeros comunicados, la nueva Casa Blanca informó de que en sus veinticuatro horas iniciales en el Despacho Oval, el presidente habló por teléfono con el primer ministro israelí, Ehud Olmert; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás; el Rey Abdalá II de Jordania, y el presidente egipcio, Hosni Mubarak.
Ante esta situación, no es razonable esperar que un gobierno se quede con los brazos cruzados mientras sus ciudadanos son atacados. Es probable que esto no lo tolerara España, ni ningún otro país. No se trata, por tanto, de una guerra punitiva, como algunos, por diversos motivos, quieren hacer ver. Resulta significativo que el propio ministro de Exteriores de la Autoridad Palestina, Riad el Malki, declarara el 14 de enero que «la guerra de Gaza, el lanzamiento de los cohetes y la respuesta israelí son consecuencia del intento de Hamás de controlar el paso fronterizo de Rafah». Malki fue incluso más allá, haciendo responsable a esta organización terrorista de la muerte de civiles en Gaza.
La acusación contra Hamás no ha venido sólo de los propios palestinos. En un hecho sin precedentes, la comunidad árabe-musulmana se muestra dividida ante la responsabilidad de la guerra. Incluso, el ministro de Exteriores de Egipto ha llegado a apoyar la operación militar israelí. Como reconoce Mona Eltahawy, periodista egipcia, «Hamás ha dado la razón a los que temían que los islamistas estuvieran más preocupados en la destrucción de Israel que en su propio pueblo. Los palestinos de Gaza son víctimas por igual de Israel y de Hamás». El prestigioso director general de la cadena Al-Arabiya, Abdul Rahman Al-Rashed, afirmaba que: «La guerra de Gaza ha confirmado lo que ya sabemos por más de medio siglo: Los palestinos han sido utilizados siempre en guerras entre árabes que no tienen nada que ver con ellos y en las que ellos pagan siempre el precio».
Lamentablemente, estas críticas hacia Hamás desde dentro del mundo árabe no acaban de llegar a la opinión pública española, que recibe una única versión sesgada, en la que sólo existe un único agresor, Israel, y una única víctima, los palestinos. Esta caracterización simplista y maniquea está muy alejada de la realidad. Israel mantiene negociaciones de paz abiertas con la Autoridad Nacional Palestina desde la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993. Ha sido el terrorismo, exacerbado en los últimos tiempos por los ataques de Hamás, lo que ha impedido un acuerdo de paz y el establecimiento de un Estado palestino independiente.
No podemos olvidar, sin embargo, que el proyecto último de Hamás es instaurar un califato islámico en Gaza y en Cisjordania. Pero ya actualmente la situación de la mujer, de la libertad de expresión y prensa, el derecho de asociación, los derechos de las minorías religiosas y otros derechos humanos fundamentales han sido borrados del mapa por quienes ejercen el poder en Gaza.
Tanto el pueblo de Israel como el pueblo palestino necesitan la paz. Para conseguirla hay que demostrar que se rechaza el terrorismo de grupos como Hamás, que son los principales responsables de la violencia. La nueva administración Obama tiene por delante el desafío de encauzar la defensa contra el terrorismo de modo proporcionado pero eficaz. Al gobierno de España le corresponde apoyar esos esfuerzos para conseguirlo. Si el presidente Zapatero quiere «ayudar a colmar las expectativas en torno a Obama» como ha dicho, el primer paso del gobierno español debería consistir en evitar alimentar la parcialidad y el maniqueísmo en la opinión pública.
JAVIER CREMADES Abogado
Jueves, 05-02-09
En la agenda del primer día del flamante presidente Obama figuraba un nombre: Israel. En uno de sus primeros comunicados, la nueva Casa Blanca informó de que en sus veinticuatro horas iniciales en el Despacho Oval, el presidente habló por teléfono con el primer ministro israelí, Ehud Olmert; el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás; el Rey Abdalá II de Jordania, y el presidente egipcio, Hosni Mubarak.
Es cierto que, como dijo el presidente Obama en su toma de posesión, «el mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él». Pero lo que no ha cambiado es que el epicentro de las tensiones mundiales se localiza en la ciudad santa de Jerusalén, como desde hace dos mil años. En las pasadas semanas, las estremecedoras imágenes de muerte y destrucción han vuelto a sacudir nuestras conciencias. La guerra ha vuelto a asolar el pedazo de terreno más conflictivo del mundo. Los últimos soldados de Israel acaban de retirarse de la franja de Gaza. Atrás quedan miles de víctimas e importantes daños materiales. También queda seriamente debilitado el dominio de Hamás sobre ese territorio palestino. La primera gran pregunta que viene a la cabeza es ¿por qué un país democrático, integrado por un pueblo que ha sufrido tanto, ha llevado a cabo esta ofensiva militar?
La respuesta está sepultada por la avalancha informativa que hemos vivido en las últimas semanas, y me atrevo a decir años, sobre el conflicto de Oriente Próximo. A pesar de tanta información, muy pocos españoles conocen exactamente qué es el Movimiento Islámico de Resistencia, más conocido como Hamás, y los principios que lo rigen. Casi nadie sabe que su carta fundacional, publicada en 1988, afirma: «Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el Islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros». Desde 1989, esta organización terrorista -como ha sido clasificada por la Unión Europea y los EE.UU.- ha llevado a cabo más de 100 ataques terroristas de gran envergadura contra Israel, causando la muerte de más de 500 personas. Desde 2001, Hamás y otros terroristas en Gaza han lanzado más de 10.000 cohetes y morteros contra Israel. Durante la tregua de seis meses acordada con Israel, con mediación egipcia, Hamás lanzó cerca de 400 cohetes y morteros contra Israel.
Ante esta situación, no es razonable esperar que un gobierno se quede con los brazos cruzados mientras sus ciudadanos son atacados. Es probable que esto no lo tolerara España, ni ningún otro país. No se trata, por tanto, de una guerra punitiva, como algunos, por diversos motivos, quieren hacer ver. Resulta significativo que el propio ministro de Exteriores de la Autoridad Palestina, Riad el Malki, declarara el 14 de enero que «la guerra de Gaza, el lanzamiento de los cohetes y la respuesta israelí son consecuencia del intento de Hamás de controlar el paso fronterizo de Rafah». Malki fue incluso más allá, haciendo responsable a esta organización terrorista de la muerte de civiles en Gaza.
La acusación contra Hamás no ha venido sólo de los propios palestinos. En un hecho sin precedentes, la comunidad árabe-musulmana se muestra dividida ante la responsabilidad de la guerra. Incluso, el ministro de Exteriores de Egipto ha llegado a apoyar la operación militar israelí. Como reconoce Mona Eltahawy, periodista egipcia, «Hamás ha dado la razón a los que temían que los islamistas estuvieran más preocupados en la destrucción de Israel que en su propio pueblo. Los palestinos de Gaza son víctimas por igual de Israel y de Hamás». El prestigioso director general de la cadena Al-Arabiya, Abdul Rahman Al-Rashed, afirmaba que: «La guerra de Gaza ha confirmado lo que ya sabemos por más de medio siglo: Los palestinos han sido utilizados siempre en guerras entre árabes que no tienen nada que ver con ellos y en las que ellos pagan siempre el precio».
Lamentablemente, estas críticas hacia Hamás desde dentro del mundo árabe no acaban de llegar a la opinión pública española, que recibe una única versión sesgada, en la que sólo existe un único agresor, Israel, y una única víctima, los palestinos. Esta caracterización simplista y maniquea está muy alejada de la realidad. Israel mantiene negociaciones de paz abiertas con la Autoridad Nacional Palestina desde la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993. Ha sido el terrorismo, exacerbado en los últimos tiempos por los ataques de Hamás, lo que ha impedido un acuerdo de paz y el establecimiento de un Estado palestino independiente.
No es, por otra parte, Hamás, el único factor decisivo. La clave para entender la actual inestabilidad en la región se llama Irán. Se podría afirmar que esta ofensiva sobre Gaza es, realmente, la segunda batalla que libran Israel e Irán. La primera fue el conflicto contra Hezbolá, en julio de 2006. En esta segunda, es Hamás quien mantiene importantes lazos con el Estado persa. Según algunos analistas, Irán ha ayudado a Hamás a construir cohetes más estables que pueden almacenarse por tiempo prolongado y son capaces de utilizar ojivas de más capacidad y más destructivas.
No podemos olvidar, sin embargo, que el proyecto último de Hamás es instaurar un califato islámico en Gaza y en Cisjordania. Pero ya actualmente la situación de la mujer, de la libertad de expresión y prensa, el derecho de asociación, los derechos de las minorías religiosas y otros derechos humanos fundamentales han sido borrados del mapa por quienes ejercen el poder en Gaza.
Desgraciadamente, la voluntaria exclusión en el debate público de los argumentos de una de las partes del conflicto acaba alimentando los prejuicios. Eso sólo sirve para exacerbar el odio y promover, directa o indirectamente, un incremento del antisemitismo en España. Si a alguien le parece exagerada esta afirmación, sólo tiene que recordar el estudio publicado el pasado mes de julio por el Observatorio Estatal de Convivencia Escolar, organismo del Ministerio de Educación, que revela que más de la mitad de los jóvenes españoles rechazaría a un judío como compañero de pupitre.
Tanto el pueblo de Israel como el pueblo palestino necesitan la paz. Para conseguirla hay que demostrar que se rechaza el terrorismo de grupos como Hamás, que son los principales responsables de la violencia. La nueva administración Obama tiene por delante el desafío de encauzar la defensa contra el terrorismo de modo proporcionado pero eficaz. Al gobierno de España le corresponde apoyar esos esfuerzos para conseguirlo. Si el presidente Zapatero quiere «ayudar a colmar las expectativas en torno a Obama» como ha dicho, el primer paso del gobierno español debería consistir en evitar alimentar la parcialidad y el maniqueísmo en la opinión pública.
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